Hola
estoy probando distintas aplicaciones en mi iPad para el manejo de la Informacion y multimedia que me interesa postrar en reitere,Facebook y blogger.
Esta aplicacion es Monarch
Parece fiable y es facil de usar,aparte es gratuita
-" La 3.0 es la vencida
No tengo un iPhone. El lector conoce mis opiniones sobre el celular de
Apple por varios de mis videoanálisis ( videos.lanacion.com.ar/tecnologia
). En pocas palabras, este dispositivo me enamoró. No me gusta su teclado en
pantalla y nunca me cayeron bien las restricciones de Apple para instalar
software. Pero tengo una debilidad por el iPhone, lo confieso.
No obstante,
no me he comprado uno todavía. Estaban excesivamente caros. Ahora que están
bajando de precio (aquí) y que ha salido el 3G S, me he decidido. La brújula me
encantó, y me vendrá bien, dada mi legendaria desorientación. También el nuevo
sistema operativo ayuda. Puesto que (¡por fin!) se puede copiar y pegar, tendré
menos problemas en ingresar la contraseña de 128 caracteres de mi hotspot
hogareño, o eso espero. El teclado apaisado también era, para mí,
fun-da-men-tal; es más, ¿cómo no se les ocurrió antes ponerlo en todas las
aplicaciones y no sólo en algunas?
Máquinas nada más
Sobre todo,
contribuyó a mi decisión el que estos días estuve usando mucho un iPhone
(prestado) y le dediqué bastante tiempo a entender por qué este teléfono me
enamora. El asunto era un misterio para mí. Se trata de una máquina, a fin de
cuentas.
He probado la mayoría de los smartphones de última generación.
Todos son dispositivos electrónicos. Algunos más fáciles de usar, otros, menos.
Los hay con mejor sonido. Ciertas pantallas deslumbran, otras cumplen con su
cometido sin lujos. Algunos hasta son mejores que el iPhone. Pero todos son
máquinas, y nada más que máquinas. Como ocurre con la mayoría de los
dispositivos de toda época y lugar, no hay empatía entre el artefacto y el
hombre. Se los usa, y se supone que eso debe ser todo.
El iPhone constituye
una honrosa excepción, y esto es lo que le dio a Apple su victoria inexcusable
en un mercado en el que reinan titanes.
¿Pero por qué? ¿Qué hizo posible que
una compañía que no tenía ninguna experiencia en celulares produjera semejante
revolución en un mercado que Nokia, Samsung, LG, RIM y Motorola dominan con
holgura y dispositivos sobresalientes?
Mi veterano Nokia E70 ha sido, por
lejos, el mejor celular que haya tenido. El iPhone no logrará desbancarlo en
algunas áreas que para mí son clave, como la escritura. Pero no ofrece algo
esencial, algo que casi ningún otro equipo electrónico da o puede dar.
No,
no es la pantalla sensible. Ni los bonitos iconos. De hecho, no se trata sólo de
tecnología.
Oh, sí, bueno, hay mucha pero mucha tecnología detrás del
secreto del iPhone. De la misma forma que hay mucha tecnología detrás de una
Ferrari o un piano. Pero una Ferrari no es tan sólo un auto. Un piano no es nada
más que una máquina de golpear cuerdas con martillos accionados por teclas.
iPiano
No tengo una Ferrari, claro, pero sí un piano. Fue la combinación
de un cumpleaños, un iPhone y mi piano lo que me permitió ver qué nos pasa con
este extraordinario teléfono celular.
Como mudé el estudio MIDI a mi living
para tener el teclado cerca, es normal que en las celebraciones nos pongamos a
hacer un poco de jazz a cuatro manos con un amigo.
En esta ocasión, sin
embargo, algo había quedado mal, luego de la restauración del desastrado piso de
la sala, y todo sonaba bastante horrible. Así que desistimos. Pero no habían
pasado ni diez minutos cuando mi amigo ya se había instalado en el banquillo a
jazzear de nuevo.
Entonces entendí.
Aunque nuestra habilidad musical sea
modesta, ejecutar un instrumento musical otorga placer. Un piano, una guitarra o
una flauta no son herramientas para producir música. Para el que conoce los
rudimentos de la ejecución son un solaz. Puede que vecinos, familiares y amigos
no compartan este deleite, pero ésa es otra historia. Los instrumentos musicales
establecen con quien los ejecuta una relación que trasciende la mera función. De
hecho, no se los usa. En español decimos que se los toca. Exactamente lo que uno
hace con el iPhone.
Al día siguiente descubriría que mi piano sonaba
horrible porque los controles de la consola de sonido habían quedado mal
configurados, luego de los traslados durante las reparaciones a que fue sometido
el living. En el momento, sin embargo, nos limitamos a destronar al tenaz
intérprete de la butaca y al rato empezó a circular el teléfono de Apple, que
pocos allí habían probado. Algunos de mis amigos son menos tecnológicos que un
eremita y un celular nuevo es para ellos tan seductor como un pan de manteca.
No obstante, todos se quedaron fascinados con el iPhone. Me llamó mucho la
atención que, al revés de lo que acontece con otras maravillas de la tecnología
que con frecuencia ven en casa, aquí todos lo querían tocar. Normalmente, miran
de lejos porque tienen miedo de romper algo. Aquí pasaba lo contrario.
No
acertaban a entender el significado de la mayoría de los iconos ni mucho menos
explicar la razón de la atracción, pero siguieron jugando con el equipo durante
más tiempo de lo que me esperaba, y de formas inusuales.
Noté que no lo
trataban como a una máquina. Les importaba más bien la vivencia. ¡Ellos, que
desdeñan cualquier cosa que ande a baterías!
Innecesario
Luego de mi
improvisado experimento social, pasé muchas horas operando el iPhone. Mis
críticas siguen siendo las mismas. Llevo todas mis notas en el celular, porque
se me ocurren ideas en los lugares más insólitos, y por lo tanto escribo mucho
en los teléfonos. Aunque admito que es una consecuencia lógica de un equipo que
es pura pantalla, la implementación del teclado del teléfono de Apple no me
gusta.
Lo que más me irrita es el estilo Apple de ponerlo todo detrás de un
corralito. La única forma de sortear esta condición es hacer un jailbreaking ;
es decir, hackearlo. Esto viola la garantía, por supuesto. Para seguir con la
analogía de antes, es como un piano que sólo te permitiera ejecutar piezas
aprobadas por el fabricante. Absurdo.
Pese a mis reparos, volví a jugar con
el equipo una y otra vez. Me dije: "OK, tiene un atractivo semejante al de un
piano u otro instrumento musical. Pero, ¿por qué, en qué se basa esa seducción?"
Lo advertí al cambiar un icono de lugar en la interfaz. Para hacerlo, hace
falta presionarlo durante un par de segundos y entonces todos empiezan a vibrar.
El efecto es genial. Y por completo innecesario.
En cualquier otra máquina
aparecería un cartel, toda la pantalla cambiaría de color o algo así. En el
iPhone, los iconos se ponen a bailar. Brillante.
Esa es la clave de este
dispositivo: está repleto de cosas innecesarias, detalles superfluos,
animaciones y efectos que no hacen a la función y por sí mismos no sirven para
nada. Y precisamente ahí es donde nos sentimos atraídos. Los humanos somos los
únicos seres que hacemos cosas que no son estrictamente necesarias. Dicen los
antropólogos que empezamos a ser humanos cuando viajamos largas distancias para
conseguir piedras para adornarnos. O cuando empezamos a enterrar a nuestros
muertos. Lo llamamos cultura.
Ser humano es hacer cosas que no hace falta
hacer.
Por supuesto, cuando imaginamos un mundo sin cosas innecesarias, el
resultado es un horrendo hormiguero, una pesadilla orwelliana gris y funcional,
desapasionada, inequívoca, neutra. Así que, en un típico arranque de condición
humana, para nosotros lo innecesario es tanto o más necesario que lo
funcionalmente necesario. Paradojas, sí, nos explican con imperfecta perfección,
y explican también el fenómeno social y mediático de un simple teléfono celular.
El iPhone es mucho más que un smartphone, he venido a descubrir en estos
días, y lo es no por su facilidad de uso ni porque sea una teléfono técnicamente
imbatible, sino porque se parece a nosotros. No es su belleza y nada más. No es
el logrado diseño y punto. No es la facilidad de uso, que en última instancia se
basa en que el usuario entienda ciertos convencionalismos (qué significa un
icono, por ejemplo). Es su desfachatada apuesta a aquello que nos caracteriza
desde siempre. Es, más que un teléfono, un objeto cultural.
No estoy seguro
de que en agosto o septiembre, cuando finalmente tenga mi iPhone, vaya a
sentirme siempre cómodo con este equipo, sus restricciones y su teclado. Pero al
menos ahora estoy empezando a entender el fenómeno.
Habrá más noticias
dentro de dos o tres meses. " -